Día 57.
Caín, señor de la guerra, vino a buscarme. Quería que le prestara mi ingenio para confrontar de una vez y para siempre al hermano que no lo deja mirar hacia otro lado. La sangre clama todavía desde la tierra. La sangre que se espesa y entorpece el curso de los ríos. Cuando venga tu reino navegaremos sin cansarnos; mientras tanto dragaremos el cauce de las aguas. Caín no se ha cansado de pedirme que lo apoye. Me ha ofrecido el cielo. El mismo que tú has de traer. Sus palabras hechas polvo pretenden cubrir con finísima capa mis oídos. Me sacudo todo lo que puedo pero sigo escuchando el sonsonete dentro mío.
Absurda proposición la de Caín. Después de tantos siglos aún se atreve a prometer lo que no tiene. En este llano del que no soy dueño me habló de sus proyectos. En este llano se jactó de sus bondades. Mueve las armas cadenciosamente como quien no espera un futuro. Sopla el aliento de metralla sobre los justos inocentes. Y en la polvareda que levanta se acaba toda vida. Lo cuenta con la delicadeza de un artista. Mientras afila los cuchillos para sacar mejor provecho de los cuerpos.
En este llano que me abrasa la piel he superado a los cainitas. Con las marcas de su padre entre los lomos ninguno fue rival para mi estruendo. Tras de la turba la tiniebla. Suena el querubín sendas trompetas aladas. Y a la voz del Eterno, Caín huye con rabia. Allá va echando espumarajos por la boca. Como el perro del infierno, pero atrapado para siempre en este plano de la tierra. No habrá lugar a donde corra en que pueda escabullirse del castigo.
Yo lo he capturado. En el coloquio de sus hechos ha planeado su venganza contra mí. Pero no he de temer las fauces del cazador de hombres. No saciará su hambre con mi carne. Ni escupirá sus maldiciones tras mis huesos. Yo lo he capturado y por mi mano morirá.
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