jueves, 9 de junio de 2011

33.08 Laberinto: Fin de clase (60 days of freedom)

Día 53.

A veces es muy duro despertar. Me he caído de la hamaca y en este suelo de tierra me encontraron las hormigas. Treinta y tres escuadrones con su fuerza de Titanes me subieron al altar del sacrificio y me hicieron perorar un discurso inaugural en despedida; el octavo en mi carrera llena de luz como al principio.

No fue por vez primera que declaré finiquitados los trabajos de la clase; pero tal vez por ser la última del ciclo me puse más sentimental. He aprendido, sin embargo, con termodinámica certeza que a pesar de la distancia la amistad no se termina, sólo se prolonga. Y mientras digo la sentencia me atraviesan el cuerpo como espinas mis captoras. Llevadas en rayos de emoción me paralizan la voz mientras fabulo.

Un cuento veloz quiero contarles a los niños. El último del preludio, el único de mi autoría. Y es que después seguirán hacia otros puertos en donde ya mi embarcación, la del altar del sacrificio, no podrá recuperarlos. Con toda la ansiedad en mis cadenas intercalo la ficción en mi discurso. Y el acorde inaugural se desliza entre los labios.

Mientras más se acerca el fin del tiempo en la clepsidra, comprendo que no es fácil perder el lugar donde he crecido. Tantas voces me han formado. En el cruce de miradas, el saludo ocasional, la palabra dicha al aire, van surgiendo los amigos. Y si fuera necesario, me los llevaría hasta el fin mismo de la tierra. Te lo digo a ti, que me quieres tan de repente. No porque tema que me olvides. Ni para llenar nuestros espacios con simplezas. Te lo digo porque sé que aunque me vaya, seguiré escribiendo laberintos para ti.

Miro la voz de los muchachos, oigo el agua de sus ojos mientras puedo contener el sórdido torrente al que le temo. Ese que sale de mí en los días soleados, no para regar la tierra sino ahogar el cielo. Ofrezco estos últimos abrazos a la gran hermandad de niños verdes. Soy mejor poeta que maestro. Soy mejor maestro por sus voces. Los miro, remiro y admiro a todos con sus boinas verdes, sus medallas de valor, sus charreteras. Quizás alguno de ellos se atreva a salvarme de las hormigas que me alejan de la vida por el río que yo crecí.

Que el rescate nos sea provechoso. No tengo más que decir.

1 comentario:

María Nogueira dijo...

y sus palabras fueron escuchadas pero más que palabras eran como una banderita blanca que firmaba la paz y los buenos deseos hacia un batallón que parte a enfrentarse con sus miedos, y contra el mundo, gracias por darnos las armas, como poeta y maestro.