jueves, 23 de junio de 2016

Laberinto 43. De cómo, cuándo y por qué Chico Che se convirtió en "Nuestro Señor de los Desamparados" y de otras cosas fabulosas que ocurren en el CeCan


Para Javier Ahumada,
el más devoto de los chicocheístas


Suena el mecanismo del elevador y no se sabe cuándo fue la última vez que recibió mantenimiento. Mejor no imaginarlo. Subir es un acto de fe tanto como el someterse a los piquetes de los químicos, las suturas de las enfermeras y a los tratamientos de los especialistas. Uno pensaría que el corazón está preparado para el dolor después de tantas muertes regadas por las calles y en los noticieros; pero no, nunca se está listo para una visita al pabellón pediátrico del Centro de Cancerología.
            Ahí, un hombre habla de los mitos, y de dioses muertos hace siglos. Se confunden, en un vaivén irrisorio e iletrado Quetzalcoatl y Escila, Huitzilopochtli y Marte, Tlaloc y Zeus. Perseo es un barbón ridículo que viste una batita de hospital y el Minotauro es el cáncer que viene por él. Entra en escena un grindylow, como un pájaro perdido en su ruta migratoria; lo acompañan duendes de toda clase y el relato, de un barroquismo innecesario, encuentra ecos en los labios leucémicos de unos gemelos que apenas pueden mantener los ojos abiertos.
            Caminar entre las camas debería haber sido más fácil. El trabajo consistía en bocetar unas cuantas ideas para construir la campaña. «Casi como una intervención quirúrgica», dijeron, «entrar, cortar, salir y amarrar bien fuerte hasta que pare la sangre». ¿Pero cómo parar el flujo del dolor que entraba por los ojos? Y en la imaginación todos los papeles se nublaron de espanto.
            Fue entonces cuando se acercó la abuela de una niña con sarcoma. «Yo conozco otra leyenda», dijo, «pero más reciente».  Mientras por allá, contra los niños volaban, de la boca del falso diosero, la llorona, el nahual y una cierta bruja mulata que había escapado a la cárcel dibujando su propia nave que la llevaría al mar. Se volteó la mujer de súbito, por ver si aquel prestidigitador de la ignorancia mencionaba al más musical de los personajes, pero su silencio fue en vano. Cuando la ignorancia hace presa de los hombres, muy pocas veces suele soltarlos.
La mujer, entonces, con menos voz de mezzo rebuscada y más de costeña bullanguera nos contó sobre este descomunal hijo de Tabasco, de larga cabellera, bigote y lentes con graduación pronunciada. Nos habló de cómo se enfundó unos overoles de mezclilla y piel, decidido a conquistar la escena musical allá por los lejanos años setenta. Alguno quiso contender la semántica de la palabra ‘leyenda’ con la dueña de las canas; pero otros corazones, menos inexpertos y más tropicales, impidieron la debacle lanzando al aire un anzuelo inesquivable: «Si va a volar», «no vuele con el gas».
El pabellón se transformó entonces en el foro perfecto donde un coro a tres voces, acompañado por güiros de lápices 2H contra la espiral de las libretas de dibujo, comenzó una escena que habría puesto más que orgulloso a aquel diosillo tropical de los ochentas. Las pronunciadas caderas de la abuela se desataron de todo decoro y los niños, cautivados por las voces discordantes y los movimientos cadenciosos y marítimos de la diva recién descubierta, comenzaron a reír a carcajadas.
Aquel místico canto que hablaba de pestañas quemadas y permanentes achicharradas; de estufas radicalizadas bajo la influencia de las fundamentalísimas leyes de la física; y de conexiones suicidas que amenazaban con cargarse a toda la familia en un viaje al hasta nunca; encendió los ánimos de los huéspedes y cuantos pudieron, hechizados por la ancestral danza, saltaron de las camas a bailar. Incluso los gemelos parpadeaban al ritmo de la música mientras intentaban sonrisas con las lágrimas corriendo por sus mejillas en la felicidad de aquel desorden momentáneo.
De haber sido más devoto, el falso diosero habría temido la aparición de Zeus bajo la forma del médico en turno responsable del pabellón; o de Palas Atenea encarnada en la jefa de enfermeras, espejo e imagen de la corrección burocrática de la fauna hospitalaria. En cambio, él mismo se puso a pregonar el estribillo de un lado a otro de la sala: «cuidado con el gas, cuidado con el gas que te va a explotar». Lo que explotó, entonces, fueron las carcajadas de todos en la sala.
Se olvidaron los bocetos. Todos. Excepto el de la niña con sarcoma, que pidió papel y lápiz para dibujar al diosillo tropical, y lo devolvió oculto a sus nuevos dueños, entre otros muchos bosquejos más importantes, serios y profesionales. Más tarde, cuando se abrieran aquellas páginas de historia, habría de encontrarse una mueca ambigua, un rictus de dolor o una sonrisa picaresca congelada en la representación infantil de "Nuestro Señor de los Desamparados", del hombre que se hiciera famoso por esas metafísicas preguntas que resonaron en los corazones de los huéspedes aquella tarde colorida en que un grupo de estudiantes de diseño fue a conocer el dolor, la pérdida y la esperanza: ¿Quén pompó?, y ¿A dónde te agarró el temblor? 

Foto: Luis David 'Asterión' Meneses

Post Scriptum: La escultura de cartón intervenida (Art Toy) forma parte de la Exposición de cartel y Art Toy CAMPAÑA-EMPATIaRTE, exhibida en La Casa del Lago UV del 27 de mayo al 26 de junio de 2016.

domingo, 17 de enero de 2016

Laberinto 42. El absoluto absurdo

El absoluto absurdo de absolver la aberración de adjudicar al adjunto admirador que adujo adscribir la antefirma del presidente de la compañía con los anteojos del bisabuelo puestos en contra de su único bisnieto (quien no formaba parte del círculo de íntimos amigos que, en el circunloquio de dictaminaciones y reformas, pretendió correlacionar la correspondencia encontrada en su buró a la colaboración de aquel con las desesperadas acciones producto de los demolidos ánimos de los desangrados obreros), produjo en los ánimos del viejo la añoranza por descongelar el pasado remoto y discontinuo para batallar contra la disímil opinión de aquella junta en donde el extranjero pretendió extender extraordinariamente sus funciones.
-Está usted extralimitándose, don Pablo. El éxito impensable al que hemos introducido a esta compañía ha quedado como un legado intemporal digno de ser leído interlíneas en la historia de esta Nación- contestaba el extranjero interponiendo así sus más íntimos argumentos a las objeciones que el viejo sostenía para firmar. La intromisión de un moscardón en la sala perturbó el aire de por sí ya enrarecido de las negociaciones, y el viejo tuvo que pedir perdón para permitirse salir a perfumar los sanitarios con la postdata de la comida de aquella tarde.
“El postre me ha hecho daño”, pensó postergando en su mente las preocupaciones que le habrían hecho pernoctar los posteriores días. Prefiguraba ya los prejuicios de los prepotentes hombres que persistían en presionarlo a vender la compañía, hija de sus desvelos y sus postergadas alegrías. Previó entonces que sus fuerzas estaban llegando a su fin y procuró protestar ante el proceder de aquella horda de reprobables impostores.
Era verdad que en el pasado había tratado con próceres, a quienes los recortes presupuestales no les representaban mayores impedimentos ni les infundían ganas de retroceder en sus intentos por rejuvenecer a la Patria. Pero estos retrógrados muchachos que se encontraban demandando un pago en retroactivo por servicios que ni siquiera sus familias habían prestado le hizo estremecer mientras realizaba la retrospección en el camino del sanitario a la sala de juntas.
Un sudor frío le recorrió la espalda cuando llegó a ver de nuevo el semicírculo donde se encontraban los infames. En un semibreve instante, por lo corto del tiempo en que se operó y por lo largo que le pareció, el viejo, al borde de sus fuerzas se sintió atacado por una semiparálisis que le comenzó en el pómulo izquierdo y se le extendió hasta lo profundo de los dedos de la mano y el siniestro pie. Supusieron todos que habría algún médico presente en el edificio y no atinaron a marcar a los servicios de emergencia.
Quince minutos demasiado tarde un paramédico intentaba una inyección subcutánea, luego de que las tabletas sublinguales que llevaba el viejo cotidianamente en su saco probaran ser inefectivas para despertarlo del letargo en el que su cuerpo había caído. A modo de superhombres de supermercado los paramédicos intentaron levantarlo de aquella superficie fría como la muerte mediante un esfuerzo sobrehumano, pues en cuestión de minutos el cuerpo del viejo se había tornado tan pesado como el más sobrevalorado de los metales (hecho por demás sobresaliente siendo que aún no entraba en rigor mortis).

Así fue como Don Pablo, el viejo, perdía la última batalla contra el extranjero: mientras era trasladado al hospital para que se le practicara un ultrasonido, se transcribía en las actas de la reunión que el maestro Pablo de Jesús Alonso legaba el poder plenipotenciario de la compañía a su único bisnieto, adjunto admirador que adujo adscribir la antefirma del presidente de la compañía para vender todos los derechos de la comercialización en ultramar al partido político más universalmente reconocido como de ultraderecha, contra quienes el viejo había luchado prácticamente desde su vida prenatal siendo sus padres fervientes partidarios ultraizquierdistas caídos en desgracia con la desestabilización de los regímenes democráticos y la instauración de la ideología neoliberal.

lunes, 3 de agosto de 2015

Laberinto 41. Big Bang

Para Gabby

Apostar, correr un riesgo,
Reducir el universo a tu mirada 
Y luego avanzar precisamente 
Hasta explotar la singularidad 
Que dio origen al poema.

Desdoblar aquel espacio en tu cabello,
Conjunción seminal del claroscuro,
Para ver cómo giran mis fragmentos
Con el áureo discurrir de los planetas
En la elipse minotáurica del sueño.

Y el pierrot que en la luna está aguardando tu reflejo,
Me revela con su danza 
El infinito verso que te oculta.

Cuando el aire se convierta en tu sonrisa,
Probaré que no hay fuerza capaz de contener tu voluntad 
O al universo en tu mirada si tu corazón me canta.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Laberinto 40. Un sueño: Distopía


Recorro la biblioteca en desorden. Ya no queda tiempo para escoger un libro. Tan sólo puedo mirarlos desde lejos. En aquellos estantes parecen todo menos las bestias fabulosas de las que me han contado los mayores. Se ven tan dóciles y domesticados, tan fuera de lugar, tan apretados. Hasta siento lástima por ellos: empolvándose con los días, ligados al desprecio de estos hombres que ya no quieren voltear hacia el sagrado repositorio; como si considerasen que es el último resquicio de una cultura hace tantos ciclos olvidada.

Me estremezco al pensar que los perdemos. Llámenme un anciano pero tengo sed de nuevas emociones y me he cansado de buscarlas en la calle. Advierto que mis manos están llenas de polvo, suciedad y podredumbre. De pronto me parece que, de aquellas bestiecillas tan domadas, pocas sobrevivirán el roce de mis dedos, torpes e inútiles para las hojas tan constantes. Pero claro, ya no queda tiempo para mí; de modo que nada han de temer los tomos gordos pero frágiles de celuloso encanto.

Arrastro los pies y me percato de que el polvo ha cubierto todas las baldosas. No es una capa fina sino una costra que se alarga hasta los labios y me reseca las narices. Carezco de toda habilidad para limpiarla. Mis pasos, en cambio, dibujan mi transcurso de exiliado. El filo de la luz en la ventana me revela aquellos filamentos desprendidos de los sabios. Si me acerco nuevamente a los estantes puede ser que oigan conmigo el ronroneo. Escuchen la voz, los estertores, los jadeos, que se escapan entre el polvo y las cubiertas.

Pero ya no queda tiempo para liberar a alguno. Vienen los celadores con sus miradas vacías, cansadas por cumplir con todos los sacramentos del resguardo. Vienen para impedir que mis manos impuras y mis ojos callosos revelen a las bestias multiformes su naturaleza verdadera. Quisiera que me dejaran seguir. Quisiera arruinar sus órdenes perfectamente numerados; y corroer todos sus cerrojos de metal; y reventar entre mis ojos sus envidias vanidosas. Quisiera saber qué dicen todos esos volúmenes antiguos. Pero yo no sé leer; para mi desgracia. 

domingo, 10 de agosto de 2014

Laberinto 39. Luna de agosto


In memoriam Rafa: 
tú, breve colibrí...

¿Por qué nos fascina la luna tan plena?
Barco de sueños que alberga suspiros velados
de improbables viajeros del tiempo
del viento y del hambre

A ratos con nubes y a ratos a solas
pasea majestuosa en los mares de arriba
con la sola esperanza de ser recobrada
por un hemisferio o el otro
con flechas de algún visionario

Y mi silencio se aferra de pronto
al ancla fresca de sus mares de luz
en la espuma y las olas fugaces
que llaman un amor a existencia

¿Por qué nos fascina la luna tan plena?
Porque arde en nosotros su rostro hasta el alba
y nos llama los sueños prestados
para ver si en el pecho se anida el recuerdo de sí
y alguna vez a buscarla llegamos 

martes, 8 de julio de 2014

Laberinto 38.13 Elegía de los rizos: Elegía final


§ 13. Elegía final, que completa el número perfecto de espirales del suspiro

13.1    Viva, la infinita cabellera que resguarda mis suspiros entre letras y silencios, saciará puntual la curiosa melodía de las preguntas esbozadas al perfume de estos rizos y cabellos ondulados que a su paso han abierto, perpetuado y concluido tramas singulares en el telar de mi existencia. Música de espirales áureas que resuenan infinitas se ha provisto para escoltar el discurrir de mis poemas entre sus ojos claroscuros impetuosos que nos muestran el pasado y el futuro de una vez y para siempre.

13.2    En catorce cabelleras se revelan mis motivos. En catorce ondulaciones he apartado los misterios y he guardado el sentimiento. Sepan cuantos leen estas andanzas espirales de la pluma, que el número real de inspiraciones de estas líneas en mi boca de asteriónica tendencia llega a parecerse al infinito. Sepan asimismo que a partir de ahora el mundo habrá quedado traspasado por la esencia de esos rizos, que obedecen para siempre aquel arcano mandamiento del amor, de la vida y del olvido.

13.3    Yo no puedo prometer nada más por fuerza de estas letras. Tan sólo que, llegado el momento, si alguna vez las lágrimas descienden por los rostros suaves que acompañan los cabellos, cuando hayan perdido aquello que no es en modo alguno reemplazable, aprenderé de los errores cometidos e intentaré atrapar una furtiva sonrisa de sus rizos con canciones, con razones, con verdades. Sólo puedo prometer que, si es aún posible para mí crear sonido, habrá un manto de palabras que rompa el silencio de sus rizos al caer entre los cielos.


martes, 1 de julio de 2014

Laberinto 38.12 Elegía de los rizos: Elegía décimo segunda


§ 12. De la ciencia que se esconde en los cabellos ondulados
Para Mariana

12.1Vespertina, tu figura desvanece los ocasos. Al pasar el bullicio inicial de los atrios ancestrales, se acomoda fugitiva en el ensueño y esa miel que te emana de los ojos cristaliza en lis de ciencia y arte y luz la fascinación creadora de los sabios. Allí donde los cielos olvidaran el color de su afición y la tierra adoptase el azul caído hasta la aurora, has inventado la paz que te persigue, que nos evade, que los creó perfectos para el tiempo del olvido.

12.2 Ocre es la luz que te ha cubierto en mi recuerdo; pero aquel sol de los danzantes no suele acotar sus pasos hasta ti. En cambio, una elipse interrumpida que entorpece mediciones sacará a la luz verdades manifiestas sobre el cuerpo, desde el aire y con la voz de los señeros siglos que preceden y establecen fundamentos a la ciencia de acercarnos otra vez. Entre el cálculo y la rima que nutre a tu hermosa descendencia vagarán estos fantasmas de palabras extranjeras hasta mí.

12.3 Por eso he de recurrir a la espiral de tus cabellos, acotada en mis palabras, atisbada en estos versos que se acabarán bien pronto, más allá del espectro de tus rizos y la grave proporción de los sonidos que te nutren. Por eso la voluntad de no perderte por completo me persigue entre sombras largas del ocaso y acumulo estrellas mientras pienso que en otro tiempo el polvo de la luna nutrió todas las cosas buenas nacidas de nuestro vínculo en la voz.

12.4 Así que espera un poco más, y el resplandor de una sonrisa alcanzará tus soledades. Tal como a mí me ha sorprendido el discurrir de tus cabellos sobre el tiempo en que las hojas reverdecen. Aquel lugar donde te encuentras tendrá por siempre la mejor visión del infinito que es en el oscuro de las ondas de tu espacio, y no sabremos cuánto más nos nutrirá con sus compuestos pero de algo estoy seguro: que tu misterio no será encubierto por la ciencia.

12.5 Veremos el milagro de tu brillo con la esencia de los cálculos ocultos que nos deja la memoria. En los doctores que recitan desde el frío en sus corazones oiremos los conjuros como fórmulas infames e incompletas de la vida y el sublime natural pero sin alma en sus cabellos, y tendrás que hacerles ver que no sólo en grados o de libros vive el hombre sino de toda vida que produce la belleza y de todo ruido que produce la alegría de un nuevo ser.

12.6 Y con la voz en sintonía con el reverso de tus rizos, apagarás todas las dudas que nos quedan por vivir. Simplemente porque el beso escondido en tus cabellos se desata cuando esa luz de la razón se apaga y comienzan las horas del ensueño. Como si nadie hubiese visto que mis pasos se acercaban, me repito entre estos versos que el camino me ha alejado; pero lo cierto es que se queda este recuerdo junto a mí.