Día 59.
Soberano, el viento en la carretera se cuela por las ventanas. Ha ido buscando la mejor manera de perderse en tus ideas: mueve nubes, vuela hojas, remolino con el polvo de la estepa, no podría saber en realidad lo que murmuran tantas aves que cabalgan en tus alas.
Siente tu mirada de cristal evanescente y se enreda en tus cabellos de obsidiana. Habla entonces tu costado de cielo de luz de murmullo melancólico. Nos advierte en la felicidad, sobre el correr de dos mil horas, cuánto más nos costará llegar hasta el destino. Sobre latitud oeste y en camino siempre al norte no mediremos nuestros pasos. Y ese monte que te aguarda intermitente escupirá la fumarola como en espera de un final.
Pero no se llega al fin sin un principio. No hay apocalipsis sin revelaciones. Y tendremos que apagar la luz de nuestros ojos un momento, satisfacer la cantidad ruinosa de aparatos cargados de luz y de centella para admirar la consecuencia. ¿Será que estaremos todos despiertos cuando nos llegue la hora?
Silenciosos, sibilantes, montados en el viento, nos movemos hacia el ágora de nuestros sueños. Ahí, donde el suspiro de luz de nuestra lengua nos transforma en seres inmortales aplaudimos los esfuerzos y en el constante cavilar de nuestras almas atrapamos el futuro con el áureo misterio de lo reluciente y nuevo.
No cesarán mis cantos. Apartaré la profecía de lo pasado y en este abrazo que nos damos atraparemos otra vez la ráfaga primera con que iniciara la creación.
Antes de que llegue el último minuto diremos: ¡Qué buen viaje el que hemos emprendido!¡Qué grata compañía y la luz que de ella se desprende! Luciérnagas del campo de los sueños nos visitan para encender el corazón inmarcesible nacido de nosotros.
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