miércoles, 4 de diciembre de 2013

Laberinto 37: Hurakan


En el principio fue Hurakan. Y por su sonido, el viento creó todas las cosas. De ellas, ninguna sabía de dónde venía o hacia dónde iba; pero tampoco sentían la necesidad de preguntarle a aquel creador juguetón que nunca se detenía más de un instante en cada rincón del mundo. Se movían, todos, a sus anchas sobre las aguas, sobre la tierra y bajo las rocas. Y ninguno tenía la necesidad de saber, porque todos los misterios aún no habían sido escondidos. Entonces llegó el frío. 

Algunos creyeron que también lo había traído el viento. Pero no fue así. El frío era una de sus primeras creaciones que, demasiado miedoso para preguntar razones, se había cansado ya de ser. Él había venido solo, con el firme propósito de acabar con la armonía. Y mientras el viento nunca cesaba en su marcha, el frío se instaló entre el resto de las cosas y los animales y las personas creadas por el viento. Y el frío las llenó de miedo.

Así fue como el mundo se fue apagando. Triste, perdió los colores de su origen y la alegría de sus canciones. Así fue como los hombres nos volvimos más extraños; y como iniciaron las guerras, las envidias y los celos. Y cuando el viento volvió, encontró un mundo oscuro de tan blanco, y caótico, tan caótico de lo quieto que se había vuelto.

Rugió su ira en tempestades, y los hombres conocieron su poder devastador. Las nubes, enmarañadas, soltaron infinitas cantidades de humedad sobre la tierra. Y cuando al fin pensaron todos que el mundo iba a perecer, el viento se quedó por primera vez quieto, en silencio. Entonces la luz rompió las nubes, la tormenta y los terrores. Y el frío fue expulsado de la tierra.

Pero a pesar de la victoria, Hurakan supo que de aquellos tiempos aciagos quedó un resquicio en los corazones. Por eso, cuando los hombres sienten miedo, nosotros los poetas, y los profetas, anunciamos la Palabra alada, que nos dijo el viento. Para que, por su camino, el corazón disipe los fríos y las tinieblas. Y por su camino también tengamos amistad y comuniones. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Laberinto 36. Huastecos

El bat'au me miró con el ojo que le quedaba sano y dijo:
Cuando era niño, llegó a casa un hombre de habla extraña y andar descalzo. Me contó sobre la fiesta de los panes, y los peces saltaron a los platos. Muchos años pasaron para que entendiera los caminos de aquel hijo de la tierra. Entonces empezó mi viaje en espiral hacia los bosques. Me aseguré de no dejar nada perdido en la hojarasca; pero al fin creo que olvidé un alfiler entre los espinos. Tiemblo de miedo al recordar esa angustia que me provocó el haber perdido un ensamble de mi coraza. La impureza había venido sobre mí.

Intenté olvidar, en mi paso por los valles y los ríos, el punto débil del ichīch que me sangraba, pero fue imposible. En la lengua llevaba escrita la causa de mi exilio, y en mis ojos podían leer otros viajeros la fuerza de mis soledades. Cada vez que abría la boca para hablar me precedía la astucia del extraño y los oídos, las manos, los corazones, quedaban cerrados para siempre en mi contra.


Por entonces Chunūn, el colibrí, no me conocía. O me conocía y no. Como se hace con los amigos que están lejanos, a quienes se les ve sólo entre sueños. Me sabía en esencia, Chunūn, mi alegría. Pero no sabía mi circunstancia, ni el motivo de mi viaje. Me sabía veloz, y pasajero; pero no despergeñado. Me sabía de tierra como yo le sé de viento.


Por entonces lo único que animaba mi retorno era el juego de sus alas, que me llegaba en sueños. Siempre en sueños. Pero la purificación no vendría sino hasta que encontré de nuevo al thit’om, el hijo de la tierra. Me contó una vez más sobre la fiesta. Y a pesar de trabajar con el ichīch desafinado y sangrante que le di, me devolvió no una maquinaria de piedra nueva, sino una maravilla de carne de espíritu de vida. 


Y ahora ya ves, otros viajes me llevaron a emular su relato de los peces, y los panes pasaron de mano en mano.




miércoles, 30 de octubre de 2013

Laberinto 35: Memento mori

Morirán los ancianos con el pecho inflamado de leyendas.
Remanso de paz fue la palabra para ellos;
lo que ahora mismo es el silencio para otros.

Misericordia han recibido aquellos que siempre nos odiaron;
pero la flama eterna del soldado al paso de los años
se extinguirá también en la conciencia. 

Sabré por siempre que el fulgor de las batallas, 
que la gloria de los nombres, nada vale sin memorias.

Quizás el cuento del cobarde prevalezca,
y así la patria perderá su descendencia.