Recorro
la biblioteca en desorden. Ya no queda tiempo para escoger un libro. Tan sólo
puedo mirarlos desde lejos. En aquellos estantes parecen todo menos las bestias
fabulosas de las que me han contado los mayores. Se ven tan dóciles y
domesticados, tan fuera de lugar, tan apretados. Hasta siento lástima por
ellos: empolvándose con los días, ligados al desprecio de estos hombres que ya
no quieren voltear hacia el sagrado repositorio; como si considerasen que es el
último resquicio de una cultura hace tantos ciclos olvidada.
Me
estremezco al pensar que los perdemos. Llámenme un anciano pero tengo sed de
nuevas emociones y me he cansado de buscarlas en la calle. Advierto que mis
manos están llenas de polvo, suciedad y podredumbre. De pronto me parece que, de
aquellas bestiecillas tan domadas, pocas sobrevivirán el roce de mis dedos,
torpes e inútiles para las hojas tan constantes. Pero claro, ya no queda tiempo
para mí; de modo que nada han de temer los tomos gordos pero frágiles de
celuloso encanto.
Arrastro
los pies y me percato de que el polvo ha cubierto todas las baldosas. No es una
capa fina sino una costra que se alarga hasta los labios y me reseca las
narices. Carezco de toda habilidad para limpiarla. Mis pasos, en cambio,
dibujan mi transcurso de exiliado. El filo de la luz en la ventana me revela
aquellos filamentos desprendidos de los sabios. Si me acerco nuevamente a los
estantes puede ser que oigan conmigo el ronroneo. Escuchen la voz, los
estertores, los jadeos, que se escapan entre el polvo y las cubiertas.
Pero
ya no queda tiempo para liberar a alguno. Vienen los celadores con sus miradas
vacías, cansadas por cumplir con todos los sacramentos del resguardo. Vienen
para impedir que mis manos impuras y mis ojos callosos revelen a las bestias multiformes
su naturaleza verdadera. Quisiera que me dejaran seguir. Quisiera arruinar sus
órdenes perfectamente numerados; y corroer todos sus cerrojos de metal; y
reventar entre mis ojos sus envidias vanidosas. Quisiera saber qué dicen todos
esos volúmenes antiguos. Pero yo no sé leer; para mi desgracia.
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