Para Javier Ahumada,
el más devoto de los chicocheístas
Suena
el mecanismo del elevador y no se sabe cuándo fue la última vez que recibió
mantenimiento. Mejor no imaginarlo. Subir es un acto de fe tanto como el
someterse a los piquetes de los químicos, las suturas de las enfermeras y a los
tratamientos de los especialistas. Uno pensaría que el corazón está preparado
para el dolor después de tantas muertes regadas por las calles y en los
noticieros; pero no, nunca se está listo para una visita al pabellón
pediátrico del Centro de Cancerología.
Ahí, un hombre habla de los mitos, y
de dioses muertos hace siglos. Se confunden, en un vaivén irrisorio e iletrado
Quetzalcoatl y Escila, Huitzilopochtli y Marte, Tlaloc y Zeus. Perseo es un
barbón ridículo que viste una batita de hospital y el Minotauro es el cáncer
que viene por él. Entra en escena un grindylow, como un pájaro perdido en su
ruta migratoria; lo acompañan duendes de toda clase y el relato, de un
barroquismo innecesario, encuentra ecos en los labios leucémicos de unos
gemelos que apenas pueden mantener los ojos abiertos.
Caminar entre las camas debería
haber sido más fácil. El trabajo consistía en bocetar unas cuantas ideas para
construir la campaña. «Casi como una intervención quirúrgica», dijeron,
«entrar, cortar, salir y amarrar bien fuerte hasta que pare la sangre». ¿Pero
cómo parar el flujo del dolor que entraba por los ojos? Y en la imaginación
todos los papeles se nublaron de espanto.
Fue entonces cuando se acercó la abuela
de una niña con sarcoma. «Yo conozco otra leyenda», dijo, «pero más
reciente». Mientras por allá, contra los
niños volaban, de la boca del falso diosero, la llorona, el nahual y una cierta
bruja mulata que había escapado a la cárcel dibujando su propia nave que la
llevaría al mar. Se volteó la mujer de súbito, por ver si aquel prestidigitador
de la ignorancia mencionaba al más musical de los personajes, pero su silencio
fue en vano. Cuando la ignorancia hace presa de los hombres, muy pocas veces
suele soltarlos.
La mujer, entonces, con menos voz de mezzo rebuscada y más
de costeña bullanguera nos contó sobre este descomunal hijo de Tabasco, de larga
cabellera, bigote y lentes con graduación pronunciada. Nos habló de cómo se
enfundó unos overoles de mezclilla y piel, decidido a conquistar la escena
musical allá por los lejanos años setenta. Alguno quiso contender la semántica
de la palabra ‘leyenda’ con la dueña de las canas; pero otros corazones, menos
inexpertos y más tropicales, impidieron la debacle lanzando al aire un anzuelo
inesquivable: «Si va a volar», «no vuele con el gas».
El pabellón se transformó entonces en el foro perfecto
donde un coro a tres voces, acompañado por güiros de lápices 2H contra la
espiral de las libretas de dibujo, comenzó una escena que habría puesto más que
orgulloso a aquel diosillo tropical de los ochentas. Las pronunciadas caderas
de la abuela se desataron de todo decoro y los niños, cautivados por las voces
discordantes y los movimientos cadenciosos y marítimos de la diva recién
descubierta, comenzaron a reír a carcajadas.
Aquel místico canto que hablaba de pestañas quemadas y
permanentes achicharradas; de estufas radicalizadas bajo la influencia de las
fundamentalísimas leyes de la física; y de conexiones suicidas que amenazaban
con cargarse a toda la familia en un viaje al hasta nunca; encendió los ánimos
de los huéspedes y cuantos pudieron, hechizados por la ancestral danza,
saltaron de las camas a bailar. Incluso los gemelos parpadeaban al ritmo de la
música mientras intentaban sonrisas con las lágrimas corriendo por sus mejillas
en la felicidad de aquel desorden momentáneo.
De haber sido más devoto, el falso diosero habría temido la
aparición de Zeus bajo la forma del médico en turno responsable del pabellón; o
de Palas Atenea encarnada en la jefa de enfermeras, espejo e imagen de la
corrección burocrática de la fauna hospitalaria. En cambio, él mismo se puso a
pregonar el estribillo de un lado a otro de la sala: «cuidado con el gas,
cuidado con el gas que te va a explotar». Lo que explotó, entonces, fueron las
carcajadas de todos en la sala.
Se olvidaron los bocetos. Todos. Excepto el de la niña con
sarcoma, que pidió papel y lápiz para dibujar al diosillo tropical, y lo
devolvió oculto a sus nuevos dueños, entre otros muchos bosquejos más
importantes, serios y profesionales. Más tarde, cuando se abrieran aquellas
páginas de historia, habría de encontrarse una mueca ambigua, un rictus de
dolor o una sonrisa picaresca congelada en la representación infantil de "Nuestro Señor de los Desamparados", del
hombre que se hiciera famoso por esas metafísicas preguntas que resonaron en
los corazones de los huéspedes aquella tarde colorida en que un grupo de
estudiantes de diseño fue a conocer el dolor, la pérdida y la esperanza: ¿Quén
pompó?, y ¿A dónde te agarró el temblor?
Foto: Luis David 'Asterión' Meneses
Post Scriptum: La escultura de cartón intervenida (Art Toy) forma parte de la Exposición de cartel y Art Toy CAMPAÑA-EMPATIaRTE, exhibida en La Casa del Lago UV del 27 de mayo al 26 de junio de 2016.
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