domingo, 17 de enero de 2016

Laberinto 42. El absoluto absurdo

El absoluto absurdo de absolver la aberración de adjudicar al adjunto admirador que adujo adscribir la antefirma del presidente de la compañía con los anteojos del bisabuelo puestos en contra de su único bisnieto (quien no formaba parte del círculo de íntimos amigos que, en el circunloquio de dictaminaciones y reformas, pretendió correlacionar la correspondencia encontrada en su buró a la colaboración de aquel con las desesperadas acciones producto de los demolidos ánimos de los desangrados obreros), produjo en los ánimos del viejo la añoranza por descongelar el pasado remoto y discontinuo para batallar contra la disímil opinión de aquella junta en donde el extranjero pretendió extender extraordinariamente sus funciones.
-Está usted extralimitándose, don Pablo. El éxito impensable al que hemos introducido a esta compañía ha quedado como un legado intemporal digno de ser leído interlíneas en la historia de esta Nación- contestaba el extranjero interponiendo así sus más íntimos argumentos a las objeciones que el viejo sostenía para firmar. La intromisión de un moscardón en la sala perturbó el aire de por sí ya enrarecido de las negociaciones, y el viejo tuvo que pedir perdón para permitirse salir a perfumar los sanitarios con la postdata de la comida de aquella tarde.
“El postre me ha hecho daño”, pensó postergando en su mente las preocupaciones que le habrían hecho pernoctar los posteriores días. Prefiguraba ya los prejuicios de los prepotentes hombres que persistían en presionarlo a vender la compañía, hija de sus desvelos y sus postergadas alegrías. Previó entonces que sus fuerzas estaban llegando a su fin y procuró protestar ante el proceder de aquella horda de reprobables impostores.
Era verdad que en el pasado había tratado con próceres, a quienes los recortes presupuestales no les representaban mayores impedimentos ni les infundían ganas de retroceder en sus intentos por rejuvenecer a la Patria. Pero estos retrógrados muchachos que se encontraban demandando un pago en retroactivo por servicios que ni siquiera sus familias habían prestado le hizo estremecer mientras realizaba la retrospección en el camino del sanitario a la sala de juntas.
Un sudor frío le recorrió la espalda cuando llegó a ver de nuevo el semicírculo donde se encontraban los infames. En un semibreve instante, por lo corto del tiempo en que se operó y por lo largo que le pareció, el viejo, al borde de sus fuerzas se sintió atacado por una semiparálisis que le comenzó en el pómulo izquierdo y se le extendió hasta lo profundo de los dedos de la mano y el siniestro pie. Supusieron todos que habría algún médico presente en el edificio y no atinaron a marcar a los servicios de emergencia.
Quince minutos demasiado tarde un paramédico intentaba una inyección subcutánea, luego de que las tabletas sublinguales que llevaba el viejo cotidianamente en su saco probaran ser inefectivas para despertarlo del letargo en el que su cuerpo había caído. A modo de superhombres de supermercado los paramédicos intentaron levantarlo de aquella superficie fría como la muerte mediante un esfuerzo sobrehumano, pues en cuestión de minutos el cuerpo del viejo se había tornado tan pesado como el más sobrevalorado de los metales (hecho por demás sobresaliente siendo que aún no entraba en rigor mortis).

Así fue como Don Pablo, el viejo, perdía la última batalla contra el extranjero: mientras era trasladado al hospital para que se le practicara un ultrasonido, se transcribía en las actas de la reunión que el maestro Pablo de Jesús Alonso legaba el poder plenipotenciario de la compañía a su único bisnieto, adjunto admirador que adujo adscribir la antefirma del presidente de la compañía para vender todos los derechos de la comercialización en ultramar al partido político más universalmente reconocido como de ultraderecha, contra quienes el viejo había luchado prácticamente desde su vida prenatal siendo sus padres fervientes partidarios ultraizquierdistas caídos en desgracia con la desestabilización de los regímenes democráticos y la instauración de la ideología neoliberal.

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