Terminaba de picar la fruta en la cocina cuando el cielo enrojeció. No se trataba de una de aquellas señales antes del fin: un cargamento de manzanas caía desde la autopista a velocidad newtoniana. Más de uno, allá afuera, aquí abajo, recibió la misma iluminación que el físico teórico pero en cantidades industriales. En su momento las autoridades ignoraron el suceso.
Poco después las noticias anunciarían la instauración de la Agencia Nacional de Investigación Espacial (ANIE). Los reporteros se preguntaban cómo un país en vías de desarrollo había podido producir tantos físicos e ingenieros como por generación espontánea. La opinión pública sospechó del presidente un ardid publicitario.
No pasó un año cuando la primera misión del transbordador "Guavirana'a" era lanzada desde un cabo artificial improvisado en las orillas del Río. Los ecologistas boicotearon la operación más de tres veces, sin resultados favorables. El avance de la civilización sobre la selva-madre parecía inminente.
Lo que no sabían los insumisos, ni los medios, ni la población en general, era lo que se avecinaba al regreso del Guavirana'a: quince días después del lanzamiento tuvimos lluvia. Después de eso, la tierra, allá afuera, se abrió y escupió manzanos. La capital se cubrió de verde en cuestión de horas. El tráfico se desmoralizó y la civilización miró con horror la devastación de sus solares y edificios privados. Entre el caos, el director de la ANIE ofreció una conferencia de prensa.
"Nos sentimos orgullosos de presentarles el futuro de nuestra generación. Gracias a la manipulación de las capas más finas de la atmósfera durante la misión del Guavirana'a, hemos podido cumplir el sueño utópico de una sociedad del conocimiento. No sufrirá más nuestra nación por el retraso tecnológico ni la falta de investigación científica. Estaremos, además, asegurados contra las catástrofes climáticas que se avecinan en el resto del continente", dijo con firmeza y aún con alegría, el Ingeniero. Algún reportero corto de vista se aventuró a preguntar entonces a qué se refería con esa póliza de seguro de la que hablaba. Quién la había autorizado. Con qué recursos se había comprado. Una sonrisa lacónica se dibujó en la cara del Director. En un tono condescendiente respondió: "Me refiero, por supuesto, a los manzanos, joven. La generación de genios está íntimamente ligada a sus frutos. Lo que este equipo de investigación ha hecho posible es replicar las condiciones necesarias, que hasta ahora parecían ser irrepetibles, para crear grandes pensadores por el simple hecho de recibir la precipitación de una de estas preciosidades rojas en la bóveda craneal. Un método infalible, si me lo pregunta."
Al escuchar esto, la comunidad mediática congregada en la sala soltó una sonora carcajada. Pero la impavidez del Director la acalló tan rápido como si tuviese el poder de dominar las mentes de todos los presentes. Dicho esto, el hombre y su equipo de trabajo salieron de la sala ante la sorpresa de las cámaras y los bolígrafos. A pesar de la perspicacia de los incrédulos una nueva era comenzaba: pronto hubo una sobreproducción de genios en el país, seguida por la preocupación de la comunidad internacional que, lideradas por la potencia en turno, decidió desmembrar al Estado.
Todas sus acciones, sin embargo, carecieron de efectividad pues la selva se había apoderado del territorio y de sus pobladores. Comenzaba, en cambio, a extenderse hacia otros territorios. Fue entonces cuando los países vecinos decidieron dar parte de guerra. Tres días después el mundo terminaba. No sabemos más acerca de esa humanidad. Ojalá todavía nos escuchen desde el Gran Sur, aunque estén perdidos entre la maleza.